Libia,
desierto del Sahara, 31 de Julio de 1977
Estimado
Señor. D. Antoine de Saint Exupéry:
En primer lugar quisiera pedirle
disculpas por mi irrupción en su descanso perpetuo a través de la
presente. No tengo la menor duda de que no lamentará dedicarme unos pocos
minutos de su eternidad.
Sin
más dilación comienzo la historia:
El pasado veintinueve de Junio partí con
mi avioneta hacía el desierto del Sahara para realizar un reportaje
fotográfico. El viaje, además, tenía una segunda intención más personal,
pretendía aislarme completamente del mundo por unos días y así asimilar como es
la vida en soledad para poder transcribirlo en mi nuevo proyecto literario.
Y a esa parte me quiero referir.
Treinta días más tarde, una vez
terminado el reportaje fotográfico, establecí mi campo base a cincuenta
kilómetros de cualquier punto habitado.
Esa misma noche ya había llegado a mí
destino con mis pocas pertenencias: una
mochila, una tienda de campaña, tres mantas, mi navaja multiusos, un hornillo y
provisiones para siete días.
Una vez colocado todo en su lugar encendí
el hornillo, con la intención de disfrutar el momento en compañía de un café.
Comencé a empaparme del silencio y del
aislamiento.
El cielo nocturno del desierto es
maravilloso. Sin contaminación lumínica, las estrellas, constelaciones y
planetas, parecen luces artificiales colocadas sobre un enorme y agujereado
manto negro. Quedé hipnotizado por el titilar de las estrellas.
Saboreaba la tranquilidad y mis ojos se
cerraban pero… no llegaron a hacerlo. Una estrella se desprendió de su lugar e
impactó cerca, provocando un luminoso estruendo y un ligero temblor en el
suelo.
Me dirigí al lugar donde las llamas eran
más intensas. Mi mente corría más deprisa que mis piernas. Deseaba llegar lo
antes posible y ayudar a la gente que hubiese sobrevivido al accidente.
Frené mi carrera en seco. El fuego se
extinguió como una vela soplada en un cumpleaños, las estrellas se apagaron, la
luna desapareció y la negrura absoluta se adueñó del universo. Silencio.
Algunos segundos más tarde volvió la
normalidad con un invitado: un niño rubio que apareció de ningún sitio. Pasó
delante de mí sin siquiera mirarme. Le grité mientras se alejaba y siguió sin
hacerme caso. Decidí dirigirme hacía donde se había producido el siniestro
esperando encontrar trozos esparcidos de una avioneta, pero cuando creí llegar
al lugar del impacto no había rastro de aeronave ni de supervivientes ni nada
que perturbará la soledad de las dunas del desierto.
Volví corriendo hacia el campamento
recordando al niño rubio. Debería haberlo adelantado pero el camino estaba tan
despejado como antes.
Al llegar al campamento todo seguía
igual, bueno para ser exactos el café se había derramado y el hornillo se había
apagado. Entré en la tienda y verifiqué que el equipo fotográfico estaba en su
lugar, así como el resto de enseres.
Salí de la tienda gritando como un
poseso al niño ausente.
Corrí a izquierda y a derecha, al frente
y atrás. Ni rastro del mocoso.
Decidí tranquilizarme.
El frío empezaba a introducirse en los
huesos y volví a la tienda.
Reflexioné. No era capaz de entender que
había pasado.
—¿Me habré quedado
dormido y esto ha sido un sueño? No, claro que no.
Abrí los ojos. Me sentía observado. Todo
estaba oscuro pero apreciaba una leve respiración cerca, muy cerca. Una voz me
sobresaltó aún más si cabe
—No te asustes, soy yo, el niño.
—Pero…—quise incorporarme pero una de
sus manitas se apoyó en mi pecho.
—Por favor no te levantes, no tengo tiempo
y necesito que me escuches.
Su voz suave sonaba imperiosa y a la vez
amable obligándome a obedecerle sin esfuerzo alguno.
—Cuando despiertes debes enviarle una
carta y contarle que me has encontrado… que te has encontrado.
—¿A quién? ¿De qué
estás hablando? ¿Encontrarte, encontrarme…?
Me incorporé entre sudores fríos y
jadeos. Me froté los ojos y me tranquilizó ver que estaba en la tienda
recibiendo las primeras luces del día, en silencio y solo. ¿Solo?
Al lado de mi almohada tenía un ejemplar
de “El Principito” y una nota escrita que decía: “El Principito soy yo”… era mi
letra.
Un saludo afectuoso de su niño.
Interesante, la soledad lo llevó a encontrar su niño.
ResponderEliminarGracia por leerlo y opinar.
EliminarMucha sensiblidad en el relato José a pesar que la lectura obligada en el colegio me hizo alejarme del personaje, el tiempo pone todo en su sitio como al aviador.
ResponderEliminarGracias por leerlo Luis y por dejar tu opinión. Yo también lo leí (obligado) en el colegio pero quedó un poso, que salió a la luz después de leer "Principito debe morir" de la gaditana Carmen Moreno y esto fue lo que me salió.
EliminarCreo que todos leimos este gran libro y a todos, o a muchos nos marcó ( o solo a mi, no se)
ResponderEliminarTodos deveríais cojer vuestra avioneta y plantar vuestra tienda de campaña a 50 kilómetros de cualquier lugar habitado.
Conoceis a vuestros amigos, hijos, parejas, compañeros, colegas hasta conoceis a vuestros enemigos....mas os conoceis a vosotros mismos????
Está claro, no nos conocemos. Gracias por leerlo y opinar. Bona nit
Eliminarme encanto mucho, cada palabra que lei me emocionaba al saber que el habia visto al principito ..
ResponderEliminares un gran libro te enseña muchas cosas .. no olvidar quien eres..
Hasta a mí, que no tuve la fortuna o la desgracia de leer ése libro, me ha emocionado.
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