Los sonidos del silencio y el aroma húmedo del granito, en simbiosis con
el verde musgo, nos advierten de la llegada a nuestro destino. El respetuoso silencio,
lágrimas y la mirada perdida son los compañeros de viaje del acompasado caudal humano.
Al fondo aparece el anciano sacerdote y comienza su coreografía de
solemnes gestos, murmullos y miradas al infinito dirigiéndose al atril donde La Biblia descansa. No es
necesaria la búsqueda, aparece sin esfuerzo el pasado bíblico del no miedo a la
muerte que nos revela que el eterno descanso es el amargo peaje hacía el
infinito tiempo con Dios.
Terminada la lectura de Las Santa Escrituras, sus palabras peregrinan por
los últimos acontecimientos haciéndome participe de los logros y consecuciones.
Todos atendemos con extrema concentración evocando los recientes sucesos, hasta
que el oficiante da por terminada la homilía. “Podéis ir con Dios”
Observo la extrema lentitud del río de almas que desaparece por el
horizonte luminoso e intento desconcentrar mi mente del agradable estado de
sopor que ha provocado el sermón, quiero abrir los ojos y ordeno a mi cerebro
que ponga en marcha el motor que impulsa mis piernas,… él escucha pero no
obedece y objeta, “Descansa en paz”.
Me ha gustado mucho tu relato Josep. Escalofriante final, si lo he entendido bien.
ResponderEliminarGracias Amparo... lo has entendido muy bien.
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