LA BASE
Noctis
Laberynthus es una región extraña, y que no es extraño aquí, con multitud de
fracturas al pie de los grandes volcanes del domo de Tarsis.
Valles
Marineris-1 es la primera colonia terrestre en Marte. Ocho personas dedicadas
en cuerpo y alma a nuestro objetivo principal: buscar rastros de vida de hace
más de 3.500 millones de años, cuando el agua líquida cubría buena parte del
planeta. La avanzadilla de una colonización que parecía inminente hasta hace
pocos años.
La
visión es impresionante. Roja, oxidada. Los canales de Chasma Tithonium, que se
bifurcan en Chasma Candor e Ius Chasma,
Ophir y Melas Chasma que concluye en el Coprates Chasma, Eos Chasma y Gangis Chasma.
Todos
estos valles estrechos y con forma de cañón han sido el centro de nuestras
exploraciones en estos últimos ocho años.
Precisamente
hoy es nuestro cumpleaños terrestre, en Marte la cifra no es tan redonda:
cuatro con dos años marcianos desde nuestro amartizaje en septiembre del 2035.
Continúo
el repaso de la visita virtual que enviaré a la Tierra más tarde con el informe.
Hacia
el oeste del Valles Marineris se encuentra una zona caótica con imágenes
sugerentes de grandes cauces fluviales pero muy difíciles de explorar con
nuestros medios actuales.
Los
valles, Ares Vallis (todavía está la sonda Pathfinder varada como si fuera una
estatua conmemorativa), Tiu Vallis, Simud Vallis y Shalbatana Vallis y el
inmenso canal de Kasei Vallis, son los objetivos de la segunda fase de
exploración que comenzará con la llegada de nuestro relevo que… todavía no tiene
fecha prevista. Una fecha pospuesta sine die, lo mismo que nuestro regreso.
Abandonados
en Marte, parece el título de una novela de Lester del Rey.
Un
ligero zumbido y una vibración en mi pulsera me hacen dejar de soñar.
—Fin
del periodo de guardia. —La IA me recuerda que es hora del relevo.
Levanto
la mano con un gesto circular y cierro el interactivo.
En la
parte superior del mirador aparecen las imágenes de las CAM 1, 2, 3 y 4.
El
suelo vibra ligeramente, aviso de que el ascensor está activo.
La
puerta al Centro de Mando se abre y por ella aparecen John y Aaron.
Una lejana canica amarilla asoma en la Cam 1
—Hola
Alicia —dicen al unísono
—Buenos
días chicos.
Asienten
con distintos gestos. De forma automática, John se sienta en el cuadro de
mandos de los drones y los activa. Están programados desde ayer, con la ruta
mapeada. La penúltima ruta que realizarán y con ello habremos explorado todas
las zonas Chasma asignadas.
Aaron
hace lo propio para ajustar y calibrar las CAM correspondientes a cada dron.
El
suelo vuelve a vibrar. Ahora son Anna, Mei Xu y Richard los que nos saludan.
Anna
se acerca a mi exhibiendo sus blancos dientes.
—Hola
Anna. Sin comunicaciones ni recepción de paquetes de actualizaciones. Los
sensores de alerta temprana indican el inicio de una ligera tormenta con
previsión de “persistente” en unas seis horas. Posibles “diablos de polvo” en
Amazonis Planitia al atardecer. Sin más novedad.
—Gracias
Alicia. Ahora vete a descansar —dice Anna, mientras se dispone a ocupar su
puesto.
Mientras
remito el informe de la noche anterior a la Tierra me asaltan esos pensamientos
negativos de los últimos meses.
Nuestra
misión es un fracaso y aviva el desinterés de la Tierra por el planeta rojo en
favor de las estaciones espaciales en los puntos lagrange de la Tierra - Luna
como colonización espacial, económicamente más viables.
Esperábamos
encontrar algún vestigio de vida ancestral, fósiles o algo parecido pero tal
vez nos estábamos equivocando en el procedimiento.
Anna,
nuestra jefa, consciente de la situación, nos reunió hace unos días para
consensuar una serie de cambios en los que había estado trabajando para
nuestras dos últimas misiones. Propuso dirigir los drones a unas zonas muy
fisuradas y escarpadas, con desniveles de más de 5 kilómetros. Esas zonas
recibirían rayos de sol durante más de cinco horas, por lo que se esperaba una
temperatura entre -25º y 5ºC en el periodo de exploración de los drones. La
visibilidad sería buena hasta el mediodía del segundo día, a partir de ese
momento la previsión meteorológica empeoraría con una ligera tormenta de polvo
de unos 50 kilómetros/hora, momento del fin de la misión Sol192 y del regreso
de los drones a la base. Las consecuencias de la primavera marciana.
El
análisis y procesado de vídeos e imágenes nos ocupará bastantes soles.
—Informe
terminado y enviado.
Me
levanto y activo mis botas magnéticas desde el brazalete. Me despido de mis
compañeros con un leve saludo que no recibe respuesta. Están concentrados.
La IA
me permite franquear la puerta que da al corredor de acceso a los ascensores y
a las escaleras de las plantas superiores. Elijo las escaleras. El tintineo de
mis botas contra los escalones metálicos me recuerda el sonido rítmico de una
batería. Canturreo en silencio mientras dejo atrás la primera planta y el
laboratorio. Llego a la segunda y apunto estoy de ceder a los efluvios que se
escapan de la cocina. Saludo a James y acelero el ritmo huyendo de la
tentación. El soniquete de batería continúa hasta la tercera planta, la de las
cabinas individuales y el jardín hidropónico. Me arrepiento y accedo a la
última planta, a la pequeña sala para la práctica de ejercicio. Bob está
machacándose en la cinta lleno de contrapeso. Le saludo.
ALEGRIA
Estoy
en un camión de bomberos y…
—Joder
es la alarma.
Me
incorporo de la cama con tanto ímpetu que me golpeo en la frente con el techo
del habitáculo.
—Puto
ataúd.
No
hay tiempo para lamentaciones, casi en suspensión me pongo el mono y las
botas. Las activo con tanta rapidez que
no me doy cuenta de que no estaba en el suelo, recibiendo un segundo golpe.
La
puerta de la cabina se abre y corro, (bueno, eso de correr en Marte…) hacia el
laboratorio.
La
bajada por las escaleras es más rápida y divertida, las barandillas son un
apoyo resbaladizo.
Me
fijo en el reloj de entrada al laboratorio; no hace ni cuatro horas que me
marché.
La
puerta se abre… está el equipo al completo.
Anna
me grita por encima del murmullo.
—Alicia,
acércate, rápido.
Anna,
John, Mei Xu, Richard y Aaron, se han apoderado de una pantalla, según veo la
que corresponde a la CAM 4, la que recibe imágenes de uno de los drones.
—Mira
Alicia —dice John.
La
pantalla muestra una ligera neblina rojiza, la que muchas veces visualizamos
cuando el viento es superior a cincuenta kilómetros/hora. Esa niebla que nos
obliga a abortar las misiones con drones que no permite la suficiente nitidez
en las imágenes y que, además, nos arriesgamos a perderlos.
—Pero,
¿qué hacéis? ¡Abortad la misión!
—Alicia
cálmate, es una grabación de hace unos minuto. ¡Fíjate! —ordena Anna.
El
dron, empujado por el viento, se dirige a la fisurada ladera. Justo antes de
chocar aparece una impureza en el foco de la cámara, una especie de hilillo
brillante, tal vez parte de la carcasa del dron se estaba deshilachando por el
choque del regolito en suspensión.
Pero,
no es posible
—No
es una impureza, parece…
—Agua
—añade Aaron-
TORMENTA
El Rover
nos espera. Martín, John y yo vamos a la zona dónde impactó el dron.
Deberemos
descender unos pocos metros, tal vez unos veinte - veinticinco para tener
acceso visual a la zona.
El
tiempo previsto de transito es de una hora, todavía llegaremos de día. La
tormenta no se ha detenido. La duración prevista es de dos días, pero según la
previsión, la potencia del viento no aumentará significativamente. Estamos al límite
de lo soportable para una acción exterior. No hay que pensar, hay que actuar.
La posibilidad de agua corriente sería el espaldarazo moral que necesitamos en
la base y a su vez nuestro pasaporte de vuelta a la Tierra.
La
cámara intermedia se abre invitándonos a pasar. Se cierran las puertas y se
inicia la despresurización. Las luces rojas mutan a verde y la puerta de acceso
exterior se desliza hacia un lado en silencio. El Rover nos espera a dos pasos
de la puerta.
Nos
acomodamos en nuestros puestos. Martín introduce las coordenadas, mientras John
revisa el material de escalada recién cargado. Yo compruebo el cierre hermético
de la puerta y acciono el paso de oxígeno y los calefactores para hacer
habitable el habitáculo.
Dos
minutos más tarde recibimos el aviso de la IA.
—Atmósfera
respirable. Veinte grados centígrados.
Martín
se desprende de la escafandra y pone en marcha el Rover.
Casi
no nos da tiempo a John y a mí de sentarnos y fijar nuestros cinturones.
La
visibilidad es pobre pero el Rover ya sabe el recorrido.
—Alexa,
¿se prevén cambios en la tormenta actual? —pregunta John.
—En
esta estación los cambios son imprevisibles. Según las estadísticas el
empeoramiento de las condiciones tiene una probabilidad del 40% —contesta
Alexa.
Martín
detiene el Rover y nos mira.
—Es
nuestra decisión —dice John —yo digo que adelante.
—¿Tu qué
opinas Alicia? —Martín me mira inquisitivo.
—No
me opongo, pero si la tormenta empeora algo más nos volvemos o buscamos refugio
—digo poco convencida.
“El
riesgo es grande y el empeoramiento puede ser demasiado rápido. Espero que
podamos reaccionar si se produce”. Malos pensamientos invaden mi cabeza.
El
recorrido termina sin que el tiempo presente variación alguna.
John
detiene el Rover. Martín ya se ha desplazado a la parte trasera para preparar
el material. John y yo observamos el descenso, no parece tener excesiva
dificultad. Yo seré la primera en bajar. Distingo distintas oquedades, pero la
vista no me alcanza a observar la zona exacta dónde aparecía el hilillo de… ¿agua?
Silencio
en la radio y solo hablan nuestras miradas con los ojos muy abiertos. Voy con
Martín.
Martín
fija la bobina al Rover y me alcanza el cable. Me fijo el cable a la cintura,
volvemos a mirarnos con ese gesto mezcla de excitación y esperanza.
—Base
vamos a salir —dice Martín.
—Su-er-te
—contesta alguien robotizado y entrecortado.
Se
cierra el acceso al interior del Rover y me quedo sola en la plataforma trasera
de salida al exterior.
Se
abre la puerta. Espero a que se conecten los focos. Salto accionando los
retropropulsores de la parte externa a mis pies y de la espalda. El viento
parece aumentar, pero mi aterrizaje en la zona prevista es inminente. La niebla
es cada vez más densa. Arriba la luz de los focos se atenúa. El retropropulsor
de la espalda hace las funciones de timón aproximándome correctamente a mi
destino. A dos metros de mi contacto con la repisa, oigo a John.
—Voy.
Alicia hazme sitio.
Los
sensores de alerta vibran y se iluminan, han pasado del naranja al rojo
parpadeante, advirtiéndonos de un incremento de la velocidad del viento.
—Alicia
sujeta el cable —grita John.
Entro
en contacto con la pequeña terraza. Me fijo a la pared. Libero mi sujeción y
atrapo el cable. El cable se tensa y casi no puedo retenerlo. Intento fijarlo a
un saliente de la roca que tengo a mis pies, pero la resistencia limita mi
esfuerzo. Empujo con todas mis fuerzas. Mis botas resbalan como si el suelo
fuera hielo.
—Mis
propulsores están al máximo. No consigo estabilizarme —grita John.
El
viento aumenta su potencia. El arnés tensa mis hombros y cintura. Algo se va a
romper. La parte más débil cede. El
viento arranca el cable de mis manos a pocos metros de que John llegué a mi
posición.
John
frena en seco su descenso y el viento lo arrastra con violencia hacia la pared.
El impacto con la cornisa es tan brutal como sus gritos.
John
se aleja, en silencio, como el globo que se ha escapado de la mano de un niño.
Aseguro
mi cable a la fisura de la pared y grito.
—Martín,
Martín —más silencio como respuesta.
Intento
que mi mirada traspase la roja capa de polvo, cada vez más espesa, para captar
cualquier cosa que me de indicios de que Martín está bien.
—Martín,
Martín. ¿Me oyes? —insisto en mi llamada.
Una
sombra se vislumbra entre la tormenta. Tal vez una gran roca. Es una luz.
—¡Noooooo!
Es el
Rover. Impactará cinco kilómetros más abajo.
—Martín,
Martín. Responde. Martín, Mar-tín, con-testa.
Cierro
los ojos. Mis rodillas ceden y se hunden en la capa de regolito.
¿EL
FIN?
Abro los ojos
para dejar escapar el río de lágrimas que retienen mis párpados.
La tormenta sigue
aumentando de potencia. La opacidad es total. Me acerco a la fisura, ahora
parece más grande, lo suficiente para entrar agachada y guarecerme en su
interior.
Desbloqueo mis
anclajes.
—¿Base?, ¿base?
¿Me oís?… —¿Base?, ¿base? ¿Me oís?… —¿Base?, ¿base? ¿Me oís?
No insisto, es
absurdo
“Supongo que la
base está haciendo lo posible para conectar con nosotros… ¿con nosotros?,
joder, solo quedo yo y no duraré mucho tiempo.
La antena estará
destrozada junto al Rover y a tanta distancia la comunicación directa de mi
traje es inviable. La baliza personal de señalización no sirve para nada”.
Pulso en mi
muñeca y se abre el desplegable ante mis ojos.
Ubicación no
disponible
Comunicación no
operativa
Conexión con Rover
rota.
Parpadeo dos
veces para cambiar a otra pantalla. Ya la tengo.
Autonomía
Oxígeno 50% duración
estimada 30’
Calefactores 57%
duración estimada 35’
Propulsores <
5% no recomendado su uso
Apoyo mi espalda
en la pared y me resbalo por ella hasta el suelo. Sujeto mis piernas con las
manos y apoyo el casco contra mis rodillas. Me acurruco en el agujero.
“Por lo menos no
moriré de frío. Moriré calentita y sin oxígeno. Vaya, humor negro”
No puedo hacer
nada, solo esperar… el rescate o la muerte. Estoy tiritando. Vuelvo al
desplegable
Autonomía
Oxígeno 40% duración
estimada 25’
Calefactores 47%
duración estimada 28’
Propulsores <
5% no recomendado su uso
Tal vez he
perdido la consciencia por unos minutos. Sigo tiritando, pero no es de frío. La
tensión debe escaparse por algún lado. En realidad, son temblores. Mis brazos
casi no pueden sostener las manos y todo mi cuerpo tiembla, vibra.
Intento
reaccionar centrándome en la situación. La tormenta no amaina, es lo que tiene
Marte, una tormenta comienza y nunca se sabe cuándo parará.
“En mi guarida
conejera estoy a salvo… a salvo para morir sin poder hacer nada para evitarlo”
Alejo esos pensamientos.
Hasta ahora no se me había ocurrido conectar el foco de mi casco.
Pulso el conector
a la altura de mi oreja derecha accionando el dispositivo. Las varillas se
alzan unos centímetros. Se doblan por la mitad y la estancia se ilumina. Debo
parecer una hormiga luminosa.
“Se me está yendo
la cabeza. No me extraña. He de controlar. ¿El qué he de controlar si estoy
muerta? No, no lo estoy… pero lo estaré en unos minutos”
Sopeso la
posibilidad de salir de mi agujero y saltar al vacío desde la repisa, como si
de un trampolín se tratara para caer a una piscina sin agua. “No, viviré estos
minutos”
Giro la cabeza
hacia el interior de la oquedad y ahora parece una cueva un poco más ancha unos
pocos metros más adelante. Me arrastro hacia el interior hasta poder ponerme en
pie.
“Quién me iba a
decir que me iba a convertir en Alicia “La Exploradora””. Sonrío.
Lo que iba
diciendo, se me está yendo la olla.
Levanto la vista
y el agujero se ha convertido en una especie de capilla rodeada de una especie
de estalactitas en el techo y estalagmitas en el suelo. Hasta donde la vista me
alcanza, la capilla se hace más alta alcanzando más de 5 metros de altura. La
verdad es que es espectacular.
Recupero el
desplegable:
Autonomía
Oxígeno 25% duración
estimada 15’
Calefactores 29%
duración estimada 16’
Propulsores <
5% no recomendado su uso
Miro el exterior.
La tormenta sigue, inconsciente de mi situación. Decidido, moriré explorando.
Comienzo a
caminar sin rumbo observando hacia todas direcciones. El paisaje se ha vuelto
monótono, triste acorde con la soledad que me embarga.
“Vaya, parece que
he llegado al final. Espera, no. Hay dos oquedades a media altura que parecen
continuar”.
Seria divertido
si no fuera una situación… mortal.
“Por lo menos
puedo elegir, ¿derecha o izquierda? Pues nada, izquierda. A reptar como una
lagartija… marciana”.
FIN
Salgo
a otra bóveda, esta vez muy baja, casi no puedo ponerme de pie.
Esta
vez el desplegable se activa solo. Mal asunto caracteres en rojo
Oxígeno 17%
duración estimada 10’
Calefactores
22%
duración estimada 12’
Propulsores
<
5% no recomendado su uso
Mis
oídos reciben el zumbido de la alarma y la frase que nunca queremos oír.
—Situación
crítica. Es necesario reabastecerse. Vida en peligro. Situación crítica.
La
bóveda es cada vez más estrecha y baja. Valoro darme la vuelta, pero qué más da
morir aquí que morir más allá. Joder. Me detengo y vuelvo a llorar.
La
espera es corta y el tiempo se agota sin remedio. Los zumbidos siguen en mis
oídos y el desplegable sigue parpadeando, aunque no soy capaz de enfocar mis
ojos para ver lo que pone. Tampoco importa, esto se acaba.
Caigo
al suelo. Mis ojos se cierran. Convulsiono. La garganta se rasga. La tos
retumba en mi cabeza. Mi boca expele espuma. Me muero.
Un
ligero e imposible roce en mi hombro me obliga a abrir los ojos. Me agarro el
pecho y me lo golpeo. Sigo tosiendo. Adivino más que veo. Estoy rodeada de una
extraña luminiscencia en toda la pared de la cueva. Las luces se desprenden de
la pared, se acercan, vuelan. La tos desaparece. Sigo alucinando por la falta
de riego sanguíneo al cerebro. Las mariposas fosforescentes no aletean,
simplemente flotan. Se juntan sobre mi cabeza y forman algo parecido a un cono.
El cono crece y crece. De repente, el cono desciende suavemente y me cubre la
cabeza, el pecho, las caderas; todo el cuerpo. Desaparecen. Cierro los ojos a
la espera de no volver abrirlos nunca más. Vuelvo abrirlos con mucha energía.
Mis manos cogen la escafandra y me la quitan, y… no sucede nada.
“¿Estoy
alucinando?, ¿es esto la muerte?”
Ya no
siento frío. Salgo de la cueva. La tormenta amainó. El regolito en suspensión
casi ha desaparecido. Me detengo al final de la repisa. Veo el horizonte y
relleno mis pulmones.
“Soy
la primera humana, en respirar el aire marciano. ¿Humana?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario