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sábado, 14 de marzo de 2020

VALLES MARINERIS







LA BASE
Noctis Laberynthus es una región extraña, y que no es extraño aquí, con multitud de fracturas al pie de los grandes volcanes del domo de Tarsis.
Valles Marineris-1 es la primera colonia terrestre en Marte. Ocho personas dedicadas en cuerpo y alma a nuestro objetivo principal: buscar rastros de vida de hace más de 3.500 millones de años, cuando el agua líquida cubría buena parte del planeta. La avanzadilla de una colonización que parecía inminente hasta hace pocos años.
La visión es impresionante. Roja, oxidada. Los canales de Chasma Tithonium, que se bifurcan en Chasma Candor e Ius Chasma,  Ophir y Melas Chasma que concluye en el Coprates Chasma,  Eos Chasma y Gangis Chasma.
Todos estos valles estrechos y con forma de cañón han sido el centro de nuestras exploraciones en estos últimos ocho años.
Precisamente hoy es nuestro cumpleaños terrestre, en Marte la cifra no es tan redonda: cuatro con dos años marcianos desde nuestro amartizaje en septiembre del 2035.
Continúo el repaso de la visita virtual que enviaré a la Tierra más tarde con el informe.
Hacia el oeste del Valles Marineris se encuentra una zona caótica con imágenes sugerentes de grandes cauces fluviales pero muy difíciles de explorar con nuestros medios actuales.
Los valles, Ares Vallis (todavía está la sonda Pathfinder varada como si fuera una estatua conmemorativa), Tiu Vallis, Simud Vallis y Shalbatana Vallis y el inmenso canal de Kasei Vallis, son los objetivos de la segunda fase de exploración que comenzará con la llegada de nuestro relevo que… todavía no tiene fecha prevista. Una fecha pospuesta sine die, lo mismo que nuestro regreso.
Abandonados en Marte, parece el título de una novela de Lester del Rey.
Un ligero zumbido y una vibración en mi pulsera me hacen dejar de soñar.
—Fin del periodo de guardia. —La IA me recuerda que es hora del relevo.
Levanto la mano con un gesto circular y cierro el interactivo.
En la parte superior del mirador aparecen las imágenes de las CAM 1, 2, 3 y 4.
El suelo vibra ligeramente, aviso de que el ascensor está activo.
La puerta al Centro de Mando se abre y por ella aparecen John y Aaron.
 Una lejana canica amarilla asoma en la Cam 1
—Hola Alicia —dicen al unísono
—Buenos días chicos.
Asienten con distintos gestos. De forma automática, John se sienta en el cuadro de mandos de los drones y los activa. Están programados desde ayer, con la ruta mapeada. La penúltima ruta que realizarán y con ello habremos explorado todas las zonas Chasma asignadas.
Aaron hace lo propio para ajustar y calibrar las CAM correspondientes a cada dron.
El suelo vuelve a vibrar. Ahora son Anna, Mei Xu y Richard los que nos saludan.
Anna se acerca a mi exhibiendo sus blancos dientes.
—Hola Anna. Sin comunicaciones ni recepción de paquetes de actualizaciones. Los sensores de alerta temprana indican el inicio de una ligera tormenta con previsión de “persistente” en unas seis horas. Posibles “diablos de polvo” en Amazonis Planitia al atardecer. Sin más novedad.
—Gracias Alicia. Ahora vete a descansar —dice Anna, mientras se dispone a ocupar su puesto.

Mientras remito el informe de la noche anterior a la Tierra me asaltan esos pensamientos negativos de los últimos meses.
Nuestra misión es un fracaso y aviva el desinterés de la Tierra por el planeta rojo en favor de las estaciones espaciales en los puntos lagrange de la Tierra - Luna como colonización espacial, económicamente más viables.
Esperábamos encontrar algún vestigio de vida ancestral, fósiles o algo parecido pero tal vez nos estábamos equivocando en el procedimiento.
Anna, nuestra jefa, consciente de la situación, nos reunió hace unos días para consensuar una serie de cambios en los que había estado trabajando para nuestras dos últimas misiones. Propuso dirigir los drones a unas zonas muy fisuradas y escarpadas, con desniveles de más de 5 kilómetros. Esas zonas recibirían rayos de sol durante más de cinco horas, por lo que se esperaba una temperatura entre -25º y 5ºC en el periodo de exploración de los drones. La visibilidad sería buena hasta el mediodía del segundo día, a partir de ese momento la previsión meteorológica empeoraría con una ligera tormenta de polvo de unos 50 kilómetros/hora, momento del fin de la misión Sol192 y del regreso de los drones a la base. Las consecuencias de la primavera marciana.
El análisis y procesado de vídeos e imágenes nos ocupará bastantes soles.
—Informe terminado y enviado.
Me levanto y activo mis botas magnéticas desde el brazalete. Me despido de mis compañeros con un leve saludo que no recibe respuesta. Están concentrados.
La IA me permite franquear la puerta que da al corredor de acceso a los ascensores y a las escaleras de las plantas superiores. Elijo las escaleras. El tintineo de mis botas contra los escalones metálicos me recuerda el sonido rítmico de una batería. Canturreo en silencio mientras dejo atrás la primera planta y el laboratorio. Llego a la segunda y apunto estoy de ceder a los efluvios que se escapan de la cocina. Saludo a James y acelero el ritmo huyendo de la tentación. El soniquete de batería continúa hasta la tercera planta, la de las cabinas individuales y el jardín hidropónico. Me arrepiento y accedo a la última planta, a la pequeña sala para la práctica de ejercicio. Bob está machacándose en la cinta lleno de contrapeso. Le saludo.


ALEGRIA
Estoy en un camión de bomberos y…
—Joder es la alarma.
Me incorporo de la cama con tanto ímpetu que me golpeo en la frente con el techo del habitáculo.
—Puto ataúd.
No hay tiempo para lamentaciones, casi en suspensión me pongo el mono y las botas.  Las activo con tanta rapidez que no me doy cuenta de que no estaba en el suelo, recibiendo un segundo golpe.
La puerta de la cabina se abre y corro, (bueno, eso de correr en Marte…) hacia el laboratorio.
La bajada por las escaleras es más rápida y divertida, las barandillas son un apoyo resbaladizo.
Me fijo en el reloj de entrada al laboratorio; no hace ni cuatro horas que me marché.
La puerta se abre… está el equipo al completo.
Anna me grita por encima del murmullo.
—Alicia, acércate, rápido.
Anna, John, Mei Xu, Richard y Aaron, se han apoderado de una pantalla, según veo la que corresponde a la CAM 4, la que recibe imágenes de uno de los drones.
—Mira Alicia —dice John.
La pantalla muestra una ligera neblina rojiza, la que muchas veces visualizamos cuando el viento es superior a cincuenta kilómetros/hora. Esa niebla que nos obliga a abortar las misiones con drones que no permite la suficiente nitidez en las imágenes y que, además, nos arriesgamos a perderlos.
—Pero, ¿qué hacéis? ¡Abortad la misión!
—Alicia cálmate, es una grabación de hace unos minuto. ¡Fíjate! —ordena Anna.
El dron, empujado por el viento, se dirige a la fisurada ladera. Justo antes de chocar aparece una impureza en el foco de la cámara, una especie de hilillo brillante, tal vez parte de la carcasa del dron se estaba deshilachando por el choque del regolito en suspensión.
Pero, no es posible
—No es una impureza, parece…
—Agua —añade Aaron-


TORMENTA
El Rover nos espera. Martín, John y yo vamos a la zona dónde impactó el dron.
Deberemos descender unos pocos metros, tal vez unos veinte - veinticinco para tener acceso visual a la zona.
El tiempo previsto de transito es de una hora, todavía llegaremos de día. La tormenta no se ha detenido. La duración prevista es de dos días, pero según la previsión, la potencia del viento no aumentará significativamente. Estamos al límite de lo soportable para una acción exterior. No hay que pensar, hay que actuar. La posibilidad de agua corriente sería el espaldarazo moral que necesitamos en la base y a su vez nuestro pasaporte de vuelta a la Tierra.
La cámara intermedia se abre invitándonos a pasar. Se cierran las puertas y se inicia la despresurización. Las luces rojas mutan a verde y la puerta de acceso exterior se desliza hacia un lado en silencio. El Rover nos espera a dos pasos de la puerta.
Nos acomodamos en nuestros puestos. Martín introduce las coordenadas, mientras John revisa el material de escalada recién cargado. Yo compruebo el cierre hermético de la puerta y acciono el paso de oxígeno y los calefactores para hacer habitable el habitáculo.
Dos minutos más tarde recibimos el aviso de la IA.
—Atmósfera respirable. Veinte grados centígrados.
Martín se desprende de la escafandra y pone en marcha el Rover.
Casi no nos da tiempo a John y a mí de sentarnos y fijar nuestros cinturones.
La visibilidad es pobre pero el Rover ya sabe el recorrido.
—Alexa, ¿se prevén cambios en la tormenta actual? —pregunta John.
—En esta estación los cambios son imprevisibles. Según las estadísticas el empeoramiento de las condiciones tiene una probabilidad del 40% —contesta Alexa.
Martín detiene el Rover y nos mira.
—Es nuestra decisión —dice John —yo digo que adelante.
—¿Tu qué opinas Alicia? —Martín me mira inquisitivo.
—No me opongo, pero si la tormenta empeora algo más nos volvemos o buscamos refugio —digo poco convencida.
“El riesgo es grande y el empeoramiento puede ser demasiado rápido. Espero que podamos reaccionar si se produce”. Malos pensamientos invaden mi cabeza.

El recorrido termina sin que el tiempo presente variación alguna.
John detiene el Rover. Martín ya se ha desplazado a la parte trasera para preparar el material. John y yo observamos el descenso, no parece tener excesiva dificultad. Yo seré la primera en bajar. Distingo distintas oquedades, pero la vista no me alcanza a observar la zona exacta dónde aparecía el hilillo de… ¿agua?
Silencio en la radio y solo hablan nuestras miradas con los ojos muy abiertos. Voy con Martín.
Martín fija la bobina al Rover y me alcanza el cable. Me fijo el cable a la cintura, volvemos a mirarnos con ese gesto mezcla de excitación y esperanza.
—Base vamos a salir —dice Martín.
—Su-er-te —contesta alguien robotizado y entrecortado.
Se cierra el acceso al interior del Rover y me quedo sola en la plataforma trasera de salida al exterior.
Se abre la puerta. Espero a que se conecten los focos. Salto accionando los retropropulsores de la parte externa a mis pies y de la espalda. El viento parece aumentar, pero mi aterrizaje en la zona prevista es inminente. La niebla es cada vez más densa. Arriba la luz de los focos se atenúa. El retropropulsor de la espalda hace las funciones de timón aproximándome correctamente a mi destino. A dos metros de mi contacto con la repisa, oigo a John.
—Voy. Alicia hazme sitio.
Los sensores de alerta vibran y se iluminan, han pasado del naranja al rojo parpadeante, advirtiéndonos de un incremento de la velocidad del viento.
—Alicia sujeta el cable —grita John.
Entro en contacto con la pequeña terraza. Me fijo a la pared. Libero mi sujeción y atrapo el cable. El cable se tensa y casi no puedo retenerlo. Intento fijarlo a un saliente de la roca que tengo a mis pies, pero la resistencia limita mi esfuerzo. Empujo con todas mis fuerzas. Mis botas resbalan como si el suelo fuera hielo.
—Mis propulsores están al máximo. No consigo estabilizarme —grita John.
El viento aumenta su potencia. El arnés tensa mis hombros y cintura. Algo se va a romper. La parte más débil cede.  El viento arranca el cable de mis manos a pocos metros de que John llegué a mi posición.
John frena en seco su descenso y el viento lo arrastra con violencia hacia la pared. El impacto con la cornisa es tan brutal como sus gritos.
John se aleja, en silencio, como el globo que se ha escapado de la mano de un niño.
Aseguro mi cable a la fisura de la pared y grito.
—Martín, Martín —más silencio como respuesta.
Intento que mi mirada traspase la roja capa de polvo, cada vez más espesa, para captar cualquier cosa que me de indicios de que Martín está bien.
—Martín, Martín. ¿Me oyes? —insisto en mi llamada.
Una sombra se vislumbra entre la tormenta. Tal vez una gran roca. Es una luz.
—¡Noooooo!
Es el Rover. Impactará cinco kilómetros más abajo.

—Martín, Martín. Responde. Martín, Mar-tín, con-testa.
Cierro los ojos. Mis rodillas ceden y se hunden en la capa de regolito.


¿EL FIN?
Abro los ojos para dejar escapar el río de lágrimas que retienen mis párpados.
La tormenta sigue aumentando de potencia. La opacidad es total. Me acerco a la fisura, ahora parece más grande, lo suficiente para entrar agachada y guarecerme en su interior.
Desbloqueo mis anclajes.
—¿Base?, ¿base? ¿Me oís?… —¿Base?, ¿base? ¿Me oís?… —¿Base?, ¿base? ¿Me oís?
No insisto, es absurdo
“Supongo que la base está haciendo lo posible para conectar con nosotros… ¿con nosotros?, joder, solo quedo yo y no duraré mucho tiempo.
La antena estará destrozada junto al Rover y a tanta distancia la comunicación directa de mi traje es inviable. La baliza personal de señalización no sirve para nada”.
Pulso en mi muñeca y se abre el desplegable ante mis ojos.
Ubicación                             no disponible
Comunicación                     no operativa
Conexión con Rover           rota.
Parpadeo dos veces para cambiar a otra pantalla. Ya la tengo.
Autonomía
Oxígeno                                50% duración estimada 30’
Calefactores                        57% duración estimada 35’
Propulsores                         < 5% no recomendado su uso
Apoyo mi espalda en la pared y me resbalo por ella hasta el suelo. Sujeto mis piernas con las manos y apoyo el casco contra mis rodillas. Me acurruco en el agujero.
“Por lo menos no moriré de frío. Moriré calentita y sin oxígeno. Vaya, humor negro”
No puedo hacer nada, solo esperar… el rescate o la muerte. Estoy tiritando. Vuelvo al desplegable
Autonomía
Oxígeno                                40% duración estimada 25’
Calefactores                        47% duración estimada 28’
Propulsores                         < 5% no recomendado su uso
Tal vez he perdido la consciencia por unos minutos. Sigo tiritando, pero no es de frío. La tensión debe escaparse por algún lado. En realidad, son temblores. Mis brazos casi no pueden sostener las manos y todo mi cuerpo tiembla, vibra.
Intento reaccionar centrándome en la situación. La tormenta no amaina, es lo que tiene Marte, una tormenta comienza y nunca se sabe cuándo parará.
“En mi guarida conejera estoy a salvo… a salvo para morir sin poder hacer nada para evitarlo”
Alejo esos pensamientos. Hasta ahora no se me había ocurrido conectar el foco de mi casco.
Pulso el conector a la altura de mi oreja derecha accionando el dispositivo. Las varillas se alzan unos centímetros. Se doblan por la mitad y la estancia se ilumina. Debo parecer una hormiga luminosa.
“Se me está yendo la cabeza. No me extraña. He de controlar. ¿El qué he de controlar si estoy muerta? No, no lo estoy… pero lo estaré en unos minutos”
Sopeso la posibilidad de salir de mi agujero y saltar al vacío desde la repisa, como si de un trampolín se tratara para caer a una piscina sin agua. “No, viviré estos minutos”
Giro la cabeza hacia el interior de la oquedad y ahora parece una cueva un poco más ancha unos pocos metros más adelante. Me arrastro hacia el interior hasta poder ponerme en pie.
“Quién me iba a decir que me iba a convertir en Alicia “La Exploradora””. Sonrío.
Lo que iba diciendo, se me está yendo la olla.
Levanto la vista y el agujero se ha convertido en una especie de capilla rodeada de una especie de estalactitas en el techo y estalagmitas en el suelo. Hasta donde la vista me alcanza, la capilla se hace más alta alcanzando más de 5 metros de altura. La verdad es que es espectacular.
Recupero el desplegable:
Autonomía
Oxígeno                                25% duración estimada 15’
Calefactores                        29% duración estimada 16’
Propulsores                         < 5% no recomendado su uso
Miro el exterior. La tormenta sigue, inconsciente de mi situación. Decidido, moriré explorando.
Comienzo a caminar sin rumbo observando hacia todas direcciones. El paisaje se ha vuelto monótono, triste acorde con la soledad que me embarga.
“Vaya, parece que he llegado al final. Espera, no. Hay dos oquedades a media altura que parecen continuar”.
Seria divertido si no fuera una situación… mortal.
“Por lo menos puedo elegir, ¿derecha o izquierda? Pues nada, izquierda. A reptar como una lagartija… marciana”.
FIN
Salgo a otra bóveda, esta vez muy baja, casi no puedo ponerme de pie.
Esta vez el desplegable se activa solo. Mal asunto caracteres en rojo
Oxígeno                                17% duración estimada 10’
Calefactores                        22% duración estimada 12’
Propulsores                         < 5% no recomendado su uso

Mis oídos reciben el zumbido de la alarma y la frase que nunca queremos oír.
—Situación crítica. Es necesario reabastecerse. Vida en peligro. Situación crítica.
La bóveda es cada vez más estrecha y baja. Valoro darme la vuelta, pero qué más da morir aquí que morir más allá. Joder. Me detengo y vuelvo a llorar.
La espera es corta y el tiempo se agota sin remedio. Los zumbidos siguen en mis oídos y el desplegable sigue parpadeando, aunque no soy capaz de enfocar mis ojos para ver lo que pone. Tampoco importa, esto se acaba.
Caigo al suelo. Mis ojos se cierran. Convulsiono. La garganta se rasga. La tos retumba en mi cabeza. Mi boca expele espuma. Me muero.
Un ligero e imposible roce en mi hombro me obliga a abrir los ojos. Me agarro el pecho y me lo golpeo. Sigo tosiendo. Adivino más que veo. Estoy rodeada de una extraña luminiscencia en toda la pared de la cueva. Las luces se desprenden de la pared, se acercan, vuelan. La tos desaparece. Sigo alucinando por la falta de riego sanguíneo al cerebro. Las mariposas fosforescentes no aletean, simplemente flotan. Se juntan sobre mi cabeza y forman algo parecido a un cono. El cono crece y crece. De repente, el cono desciende suavemente y me cubre la cabeza, el pecho, las caderas; todo el cuerpo. Desaparecen. Cierro los ojos a la espera de no volver abrirlos nunca más. Vuelvo abrirlos con mucha energía. Mis manos cogen la escafandra y me la quitan, y… no sucede nada.
“¿Estoy alucinando?, ¿es esto la muerte?”
Ya no siento frío. Salgo de la cueva. La tormenta amainó. El regolito en suspensión casi ha desaparecido. Me detengo al final de la repisa. Veo el horizonte y relleno mis pulmones.

“Soy la primera humana, en respirar el aire marciano. ¿Humana?”




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