Auditorio
de la Fundación GO.
En el centro del estrado un hombre
de mediana edad levanta las manos reclamando nuestra atención.
—Señoras y señores. Les pido un
aplauso para nuestro presidente, Dmitry
Mask.
Al unísono, los asistentes se
levantan y baten las manos con admiración. El señor Mask es el mecenas más importante del mundo y por ese motivo estoy
en el auditorio.
Aparece por un extremo sin iluminar.
Su traje azul oscuro, de una sola pieza, realza su paso firme y acompasado.
Llega al estrado y estrecha la mano del speaker.
Sonríe, se le nota feliz.
—Gracias Bill —dice al separarse de él.
Reacio a dejar el escenario, Bill añade.
—El señor Mask nos honrará con la lectura de los finalistas a la beca 10.
Ahora sí, Bill se marcha.
Dmitry bebe un poco de agua del vaso que
hay en el atril. Deja el vaso, apoya sus manos en los extremos de la mesilla y
se toma unos segundos para observarnos. Extrae algo parecido unas gafas y se
las pone.
—Gracias
por venir. Es un placer informarles de la identidad de los tres finalistas a la
beca 10. Antes quiero hacerles patente
la dificultad para elegir solo tres proyectos de los quinientos ochenta
presentados. La humanidad puede estar satisfecha de esta generación de
científicos.
Aplausos.
—El
orden es aleatorio y no significa preferencia alguna. Los tres parten con las mismas
oportunidades. Empecemos.
Se
lleva la mano al bolsillo superior de su traje y saca algo parecido a unos
sobres. Extrae una lámina translucida del primero y vuelve a tomarse unos
segundos para observarnos. El silencio es absoluto.
—Proyecto “Instant communications with interplanetary colonies” de la
hindú Zahra Desai, de la University
of Madras, consistente en el descifrado de la información de los fotones
que corresponden a un solo estado cuántico conjunto.
Aplausos.
Dmitry coge el segundo sobre, se ajusta
las lentes y levanta la vista de la lámina.
—Proyecto
“Immortality.
Genetic manipulation” de la malasia Suhana Chandra de la Universiti
Putra Malaysia (UPM), que se centra en la reprogramación de
una célula normal para convertirla en una célula madre capaz de dividirse y
mutar su naturaleza.
Aplausos.
El
presidente coge el tercer sobre y ya no me quedan uñas. Es la última
oportunidad de oír mi nombre.
El
señor Mask extrae la tercera lámina
del sobre y dice:
—Proyecto “Mind uploader” de la española Alma Avalos de la Universidad
Politécnica de Catalunya (Informática) y Universidad Complutense de Madrid (Física),
sobre la transferencia mental como continuación del yo hasta el transvase a
otro cuerpo humano, o ente.
Aplausos.
Casi
inaudible el presidente añade:
—Se
abre el periodo de votaciones. Buenas noches.
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La
ganadora de la beca 10 fue la hindú Zahara Desai. Estaba cantado, era el proyecto más comercial y el
más útil para la colonia marciana. El lobby marciano tenía mucho poder en la
fundación GO, por algo era su segundo
máximo valedor económico.
Lo
peor no fue perder la oportunidad de mi vida, lo peor fue el accésit con el que
premiaron a la malasia Suhana Chandra.
Eso incrementó mi castigo interno, era la condena definitiva a mi proyecto y el olvido de mí
persona.
El
recuerdo de la ilusión
con la que recibí la carta como finalista de la beca 10, no atenuaba mi frustración. La ganadora conseguiría una
beca de ensueño: la financiación y el equipo técnico-científico necesario para
desarrollar su proyecto durante diez años.
Aquellos
hechos marcaron mi vida, en realidad marcaron mi mente con un dolor impensado,
con un sufrimiento profundo que me impedía pensar en el futuro.
Pero
la vida es lo que tiene, cuando todo sale mal… todavía puede empeorar. La
humillación fue
máxima, por lo menos eso pensé en ese instante, cuando me propusieron trabajar
en la creación del software que debía desarrollar las simulaciones de
reprogramación genética del proyecto “Immortality.
Genetic manipulation” de Suhana.
Fue ella la que se empeñó en contratarme.
Me envío una preciosa comunicación
glosando mis logros y su admiración por mis trabajos. Mi ego suturó mi odio
hacia ella, que yo sabía que no merecía, y accedí a visitarla en su despacho
privado.
Suhana
vestía una camiseta negra, unos
pantalones negros y una coleta que sujetaba su pelo negro como el carbón. Al
entrar yo, ella se levantó de su silla dejando atrás una mesa repleta de
pantallas.
—Hola
Alma, muchas gracias por venir.
Sus
dientes blancos parecían
ser los que hablaban, en contraste con su piel oscura. Después de un cálido
abrazo, con su mano, me señaló una silla al lado de la suya para que me
sentara.
—Gracias
por citarme Suhana… estoy un poco desubicada
con tu ofrecimiento…
No
me dejó terminar.
—Alma,
no existe nadie con tu preparación para desarrollar ese software de simulación. He
consultado con varios expertos y todos concluyen que tú eres la persona
adecuada.
Es
muy probable que tuviera razón,
pero habíamos sido enemigas y yo había perdido. Suhana adivinó, en mi silencio, mis pensamientos.
—No
debes pensar en que hemos sido rivales. En el plano más positivo para ti, vas a poder
acceder a tecnología de primer orden y eso puede ayudarte en tus proyectos.
Me guiñó un ojo del modo más
atractivo y cómplice posible.
—Te invito a cenar.
No pude articular palabra y ella, ni
siquiera esperó mi respuesta, me cogió de la mano y me arrastró fuera del
despacho.
Nos
casamos tres meses más
tarde y me convertí en su “ampliación de memoria”, las dos fuimos una sola
mente.
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Transcurridos
treinta años, el
proyecto de Suhana aportó avances en
cuanto a la longevidad humana, pero la inmortalidad todavía estaba lejos de ser
alcanzada.
A
pesar de todo, la financiación
seguía alimentando el proyecto, los resultados eran lo suficientemente
interesantes para los mentores. El equipo científico que continuaba el legado
de mi mujer era de primer orden y ya no me necesitaban.
Mientras esparcía las cenizas de Suhana en los jardines del complejo “Chandra” decidí que era el momento de
hacer lo que no pude hacer con ella.
Durante
nuestra convivencia,
Suhana me permitió tener mi espacio individual.
Me dio la libertad para desarrollar mis inquietudes. Creé un software que
realizaba el seguimiento de mis redes sociales, correos electrónicos, llamadas
telefónicas, apps, juegos, agenda,
ubicación. Es decir, toda la huella digital.
También creé un Avatar que chateaba
conmigo con la intención de dar sentido a los datos recogidos en todo el
proceso y fabricaba un espejo de mis emociones, sentimientos y reacciones.
Con
los datos recogidos
por el Avatar, se generaron unos patrones que se transferirían a un software
que replicaría la información a un molde neuronal y que culminaría con el
trasvase final.
Hice lo mismo con Suhana, pero ella se lo tomo como un
juego y siempre pensé que lo hacía más por mí por ella.
Suhana se infectó manipulando un cóctel de
virus que intentaba desactivar. Afortunadamente se dio cuenta y se encerró en
la sala de cuarentena para proteger al Complejo. Y allí la encontré cuando fui
a recogerla para ir a cenar. Me miró con sus ojos negros y nuestras manos se
unieron sobre el cristal.
—No te preocupes mi amor, será
rápido —dijo.
Yo no paraba de llorar, casi no la
veía.
—Suha,
podemos intentarlo, —grité, golpeando el cristal.
Ella me miró, sus ojos negros
pasaron al blanco y se desmayó.
Yo gritaba mientras varias personas
me sacaban fuera del laboratorio.
Suhana entró en coma y ya no despertó.
Es hora de dejar los recuerdos atrás
y finalizar mi proyecto.
Sola,
acostada en la camilla y conectada con los ordenadores, me dispongo a dormir.
Cuando mi sueño entre en la fase REM se activará el protocolo de
transferencia.
Me despierto, en realidad no, estoy
consciente. No tengo cuerpo, pero me siento succionada. Todo es negro. No existe
ningún punto de referencia para calcular mi velocidad de desplazamiento. Percibo
como atravieso capas que disminuyen mi velocidad. Asimilo recuerdos,
sensaciones, reacciones… y vuelvo a acelerar. El desplazamiento sigue a otra
capa y otra y otra más. El movimiento es global, total, “¡no, no me desplazo,
estoy expandiéndome como la explosión de una supernova!”
Me
detengo. No veo nada, todo es oscuro, negro. Estoy viva, pero no sé dónde estoy.
Mi experimento ha tenido éxito, un éxito que necesito compartir
con la humanidad, aunque todavía no sé cómo hacerlo.
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