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domingo, 17 de diciembre de 2017

MARS LEISURE CITY





Primera parte. El viaje


—José Flores Pereira, puede embarcar.
La voz de la IA me autoriza a pasar a la lanzadera y acceder cubículo asignado.

Acoplo el casco y lo conecto al traje. Se activan; el control de temperatura y el suministro de oxígeno y líquidos.
Comienza la despresurización del habitáculo.
Se abre la compuerta de acceso a la lanzadera.
Mis ojos se mueven a toda velocidad, no quieren perderse ningún detalle de mi primer viaje a Marte.
Ante mí, un asiento con arneses. Me siento en él y los anclajes se iluminan con colores, solo hay que unirlos a las cintas y se auto ajustan. Una vez asegurado, la esclusa se cierra y el túnel se ilumina. Delante, diez cubículos como el mío, todos ocupados, detrás no tengo visión, pero hay más. El pasaje está completo, cincuenta pasajeros en total.
En menos de un minuto, la lanzadera se detiene ante una burbuja transparente que se abre y un brazo articulado atrapa mí cubículo para alojarlo en su interior.

—Partida en 3… 2… 1… 0.

El despegue desde la estación espacial Alpha en órbita lunar es suave, gradual y silencioso, nada que ver con los que se realizan desde la Tierra, mi estómago lo agradece.

Me dirijo a Marte, donde me detendré por espacio de diez soles. Mi misión localizar los lugares idóneos para edificar una bóveda vacacional para los adinerados ciudadanos terrestres y conseguir los permisos pertinentes de las autoridades locales, para ser refrendados en la Tierra más tarde.
Una estupenda aventura para un geotécnico como yo.
Me encanta mi trabajo. La auto ironía no es mi fuerte.

Se encienden los pilotos que me permiten liberarme del arnés de sujeción para el despegue y mantengo el resto para evitar que la ausencia de gravedad me levante de mi asiento.

Recibo una inyección en mi brazo izquierdo y el líquido adormecedor penetra en mi corriente sanguínea. En unas horas dormiré durante gran parte del viaje.
Reviso las conexiones del suministro de líquidos. Todo correcto.

Me conecto a la red, desde mi visor, para visualizar el resumen sobre el que he de trabajar, “Investigación geotécnica en los proyectos de edificaciones”:

“Red conectada”.
“Archivo. Viaje a Marte, preguntas frecuentes”
Descarto el archivo cerrando los dos ojos. Lo he leído cinco veces en la sala de espera al embarque.
Aparece mi escritorio.
Mis ojos se mueven hasta la carpeta adecuada. La carpeta se abre después de un parpadeo. Fijo la vista en el archivo que necesito y vuelvo a parpadear.

Se despliega el menú solicitado.

1. Introducción: Link a información completa
Proyecto Mars Leisure City. Creación de una ciudad abovedada en la superficie marciana, solicitada por, ISB corp., Interplanetary Structures and Buildings.

2. Descripción del Proyecto: Link a información completa
Ciudad para el uso vacacional y turístico de lujo.
Tipo de edificación con blindaje anti radiación de escudo electrostático desplegable.
-          Exterior de doble capa de grafeno y regolito marciano.
-          Interior de acero en zonas comunes. Resto, materiales que se adecuen al escenario que se quiera imitar. 
-          La altura de la edificación según máxima legal. Máxima profundidad técnicamente posible. La extensión en plantas, la descripción de características arquitectónicas y estructurales vendrá determinada por el Informe Geotécnico final.

3. Metodología: Link a información completa
Investigación de campo, laboratorio, fuentes de información, procesamiento de datos y métodos de análisis.

4. Ensayos de Campo: Link a información completa
Procedimientos para realizar la investigación de campo, equipos utilizados, normativa local, número de sondeos a efectuar, profundidad de los mismos y cantidad de muestras obtenidas para el cumplimiento de los objetivos de la investigación geotécnica.

5. Ensayos de Laboratorio: Link a información completa
Las muestras obtenidas serán procesadas en el Laboratorio Central, con la finalidad de obtener parámetros que serán utilizados por el ingeniero geotécnico para analizar el comportamiento del terreno y plantear soluciones al sistema «suelo-fundación».

Voy directamente al punto tres. Vuelvo a parpadear y el link se abre.

Demasiado aburrido. Me duermo.


En el visor aparecen mis constantes, todo correcto salvo el hambre que mi estómago se encarga de reclamar. ¡Vaya! El visor me informa de que han transcurrido treinta y ocho días de viaje. Me recomienda que coma y vuelva a inyectarme Dormidina.

Me administro los complejos alimenticios. Espero que en pocos minutos desaparezca la molestia estomacal o tendré que inyectarme más porquerías.

Como me gustaría poder comunicarme con la Tierra y conversar con alguien. Por lo menos, podrían inventar las cabinas dobles. En realidad, hace tiempo leí que técnicamente es posible, pero los psicólogos recomiendan cabinas individuales para evitar discrepancias irresolubles en espacios tan pequeños y viajes tan largos.
El entretenimiento en este viaje es prácticamente nulo, la compañía no los introduce como opción ya que la mayor parte del pasaje va dormida.

Me inyecto la Dormidina en una cantidad más alta que la anterior para que el resto del viaje sea en animación suspendida.
Dispongo de unas horas hasta que me haga efecto.
Desconecto el visor de la red y rebusco en la mochila. Al hacerlo mi mano tropieza con el libro, un libro de verdad, Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, rescatado en mi última visita a mi bisabuelo en la Tierra.

Mi bisabuelo me había advertido de que la descripción de Marte era extraña e irreal (¡está publicado en 1950!), que había sido escrita con conocimientos científicos nulos y que lo interesante era el mensaje que Bradbury transmitía en cada relato.
A pesar del tratamiento antifungicida y del reforzamiento del papel, el tiempo no perdona y algunas hojas están como roídas por un animalillo hambriento.

Nunca había leído un libro de forma directa. Mis ojos se entretienen repasando las líneas de las letras; rectas, curvas. Algunas palabras han desaparecido ligeramente pasando de negro a gris muy suave y se han de adivinar. El contacto con las hojas debe ser aterciopelado, oloroso, un olor que no puedo apreciar por culpa del traje espacial. Me va a costar adaptarme. Mis dedos vuelven a leer esas palabras, ellos me ayudan deteniéndose el tiempo preciso, deslizándose entre palabra y palabra.

“El verano del cohete”, luego “Ylla”, “Noche de verano” … parte de un precioso poema, que leo tres veces para memorizarlo. Es precioso

        Avanza envuelta en belleza como la noche
        de regiones sin nubes y cielos estrellados;
        y todo lo mejor de lo oscuro y lo brillante
        se une en su rostro y sus ojos...

Bradbury maneja el lenguaje de forma magistral estimulando las redes neuronales adecuadas. Los bisabuelos siempre tienen razón.

Sigo con “Los hombres de la Tierra” y “La tercera expedición”
Vuelvo a leer esta historia, es alarmante e inquietante. Dejo de mirar el libro y repaso la historia en mi cerebro

“Llega la tercera expedición de hombres a Marte, comandada por John Black, de ochenta años. Los marcianos ya están preparados para recibir a los terrestres y los esperan en un típico pueblo norteamericano habitado por sus seres queridos (padres, abuelos, hermanos) muertos. Los astronautas aceptan esta maravilla y se separan para visitar a sus familiares. Sin embargo, el capitán se da cuenta de que los marcianos han usado sus memorias y deseos para reconstruir su infancia y que en realidad los que están con ellos no son sus seres amados sino marcianos con su apariencia. Finalmente, todos los hombres de la expedición son asesinados por la noche. A la mañana siguiente dieciséis ataúdes son enterrados entre los llantos de las personas del pueblo”.

Cierro el libro y reflexiono. ¿Y si la vida es una ilusión?, ¿y si alguien se diera cuenta?,

En ese momento desaparece el libro de mis manos, desaparece el asiento, la nave, las estrellas, el espacio… todo tiende al negro, al vacío, a la caída sin fin, o al ascenso…
La gravedad me estira, me comprime, me expande… mi cuerpo desaparece, o desaparecen mis ojos, mis oídos…

—Iniciando maniobras de aproximación.


Segunda parte. Recibimiento

—¿Señor Pereira?
Una mujer, muy delgada y alta, se dirige hacia mí con una sonrisa, una ligera inclinación y con la mano extendida como si fuera a recibir algo en ella.
—Si, soy yo.
Cortésmente estrecho su mano y respondo a su inclinación y a su sonrisa.
Busco en los paneles la indicación de la rampa de salida de equipajes. La chica de la sonrisa sigue muy atenta.
—No se preocupe por su equipaje, señor Pereira, en estos momentos debe estar saliendo para su hotel, ¿me permite su mochila?
—No se moleste señorita…
—¡Oh! Disculpe por mi desconsideración, me llamo Antía, Antía Gonsalves.
Sigo algo desorientado.
—Disculpe Antía, ¿la envían del hotel a recogerme?
—No exactamente. Camino del hotel se lo explico.

Después de un breve recorrido por un pasadizo nos introducimos en un ascensor.
—Vamos a utilizar un servicio privado de suburbano. El ambiente está un poco crispado.
La sonrisa desaparece de la cara de Antía mientras pulsa una combinación en el panel.
—¿Qué es lo que ocurre Antía?
Suspira.
—Hace un tiempo aparecieron algunos corpúsculos independentistas, gente descontenta de cómo se gobernaba desde la Tierra…
Interrumpo su explicación.
—Pero esa gente fue detenida y deportada a la Luna.
—Si José, pero la semilla quedó y los pequeños corpúsculos se convirtieron en células de cuatro o cinco personas, interconectadas mediante una red superpuesta a la nuestra, algo parecido a la red Tor a principios del siglo XXI en la Tierra.

El ascensor se detiene y con él la conversación. Antía sale primero del ascensor y mira a derecha e izquierda. Observo que su mano izquierda está en su cintura presionando un pequeño bulto.
Me hace una indicación para que salga del ascensor hacia una especie de bala gigante.
Al aproximarnos, los laterales de la superbala se desplazan hacia atrás para que podamos entrar.
Me acomodado y el asiento se adapta a mi cuerpo envolviéndome y desplegando unos enormes cinturones, de lado a lado, a la altura de hombros, pecho y cadera. Antía hace lo propio mientras manipula una pantalla que parece una red de suburbano. El vehículo se desplaza por un túnel, sin ruido alguno. Es el momento de reanudar la conversación.

—Antía, ¿quién es usted?
Me mira y su sonrisa vuelve a aparecer.
—Soy su protección mientras dure su estancia en Marte.
Ahora si que estoy confundido.
—Ya me quedo más tranquilo.
No puedo evitarlo, aunque sé que la ironía no es lo mío.


Tercera parte. Exploración

Antía está en la recepción del hotel, sentada en el diván más próximo al ascensor, y se levanta tan pronto me ve.
—Buenos días José.
—Vaya, no esperaba volver a verla tan pronto.
—¿Ha descansado bien?
—Si gracias. La música ambiente del hotel es muy relajante. Sonidos de lluvia, cantos de pájaros y el mar son tranquilizadores.
—Perfecto José. —Mientras habla se dirige a la puerta. —Vamos a inspeccionar uno de sus destinos.

La sigo un par de pasos por detrás. Se desplaza rápido. La puerta del hotel se abre ante nuestra proximidad y, antes de salir, mira a derecha, izquierda, al frente, al suelo y hacía arriba. Con un gesto de su mano me pide que la siga. Su vehículo levita a unos centímetros del suelo a pocos metros. Las puertas se abren en forma de ala y nos metemos en su interior. Las sujeciones actúan al contacto de nuestros cuerpos con los asientos. Sigo en silencio intentando comprender la situación.
Antía despliega un mapa holográfico en el frontal del parabrisas y señala un punto en él y me mira. Asiento.
El vehículo se mueve. Antía me mira en silencio.

—Antía, ¿cómo sabe cuáles son mis destinos?, ¿está contratada por mi empresa?
Sonríe.
—José, además de ser su protección pertenezco a la policía de Marte.
Vaya, esto no me lo esperaba.

Me conecto a la red con mi visor para ver las características geotécnicas del cráter que vamos a visitar. En realidad, me lo sé de memoria, pero así puedo intentar asimilar lo que está ocurriendo.


El vehículo frena su marcha como si hubiera chocado con una pared invisible y la parte trasera se levanta con violencia en medio de un estallido luminoso y poco sonoro. Volcamos y volteamos varias veces. Envueltos en polvo nos detenemos contra unas rocas.
Antía reacciona.
—José, ¿Estás bien?
—Aturdido, pero bien.
Las sujeciones de seguridad han hecho su trabajo a la perfección.
Las puertas se abren y manos veloces nos liberan de los asientos y nos sacan del vehículo. Tres individuos, completamente vestidos de rojo terroso sujetan a Antía y dos más a mí. Nos inyectan algo en el cuello y nos llevan a una especie de furgón del que ya no soy capaz ni de ver el color, solo palabras inconexas y lejanas se oyen en mi cabeza.

  
Cuarta parte. Secuestro.


Parpadeo. Parece que estoy borracho. Abro los ojos y sigo inmóvil.
El furgón o lo que sea está parado. Tengo la boca tapada con una especie de cinta que se ha adherido a mi boca como una segunda piel. Las muñecas están juntas, una contra otra, unidas por otra cinta. No hay ruido en el interior del vehículo. Con mucho esfuerzo logró girar sobre mí y verifico mi soledad. Tenía la esperanza de que Antía estuviera a mi espalda todavía inconsciente.

Se oye ruido en el exterior y las puertas del furgón se abren.
—Don José, bienvenido a nuestra morada —dice una voz.
La ligera luz exterior me obliga a entrecerrar los ojos e intento hablar.
—¿Có-mo...?
—Disculpe la brusquedad de nuestra invitación, pero necesitábamos que viniera a nuestra casa y no podíamos permitirnos retrasos. —Risas retumban en la caja del furgón. —Sacadlo y dadle de comer y beber, luego llevadlo a mi despacho.
Su voz es profunda, rotunda, esa voz del que sabe mandar.


—De todo corazón le pido disculpas por las formas.
Modula la voz. Sin perder su tono de superioridad, sus palabras suenan bien.
Su despacho es un revival de un despacho de principios del siglo XX en la Tierra. Mesas y sillas de madera de nogal, algunas plumas, un abrecartas y varios utensilios de despacho más. Todo ello rodeado de estanterías repletas de libros.
—Vuelvo a pedirle disculpas por mi escasa hospitalidad, soy Joao D’Almeida y soy el líder de la rebelión que, —mira el reloj de su mesa—, se ha producido hace unos minutos. El gobierno de Marte ha caído y sus integrantes están presos por mis tropas.
Me sorprendo con mi reacción.
—¿Dónde está Antía?
Joao sonríe.
—No se preocupe, las personas que pertenecen a la seguridad del estado deben tratarse de otra forma, con más vigilancia y menos libertad de la que tiene usted.
Me paso las manos por mi cara, me froto los ojos y caigo en que no estoy atado.
—Señor D’Almeida, ¿y qué pinto yo en todo esto?
Me mira, se levanta de la silla ayudándose de sus brazos contra la mesa. Es muy mayor, ahora lo aprecio mejor. Se desplaza hacia a mí con una ligera cojera. Tiene la piel muy arrugada. Pelo canoso y muy corto; diríase que es militar. Muy delgado, parece que va a quebrarse como una rama seca. Se detiene muy cerca de mí, sonríe y habla.
—José, usted se dirigía a un lugar, donde está ahora, nuestro Cuartel General.
Durante unos segundos se calla y sus ojos se clavan en los míos como si quisiera penetrar en mi cabeza a través de ellos. Vuelve a hablar.

—Necesitamos de sus servicios profesionales, ahora trabajará para mí.



—CONTINUARÁ—

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