Primera parte. El viaje
—José Flores
Pereira, puede embarcar.
La voz de la
IA me autoriza a pasar a la lanzadera y acceder cubículo asignado.
Acoplo el
casco y lo conecto al traje. Se activan; el control de temperatura y el
suministro de oxígeno y líquidos.
Comienza la
despresurización del habitáculo.
Se abre la
compuerta de acceso a la lanzadera.
Mis ojos se
mueven a toda velocidad, no quieren perderse ningún detalle de mi primer viaje
a Marte.
Ante mí, un
asiento con arneses. Me siento en él y los anclajes se iluminan con colores,
solo hay que unirlos a las cintas y se auto ajustan. Una vez asegurado, la
esclusa se cierra y el túnel se ilumina. Delante, diez cubículos como el mío,
todos ocupados, detrás no tengo visión, pero hay más. El pasaje está completo,
cincuenta pasajeros en total.
En menos de un
minuto, la lanzadera se detiene ante una burbuja transparente que se abre y un
brazo articulado atrapa mí cubículo para alojarlo en su interior.
—Partida en 3…
2… 1… 0.
El despegue
desde la estación espacial Alpha en órbita lunar es suave, gradual y silencioso,
nada que ver con los que se realizan desde la Tierra, mi estómago lo agradece.
Me dirijo a
Marte, donde me detendré por espacio de diez soles. Mi misión localizar los
lugares idóneos para edificar una bóveda vacacional para los adinerados
ciudadanos terrestres y conseguir los permisos pertinentes de las autoridades
locales, para ser refrendados en la Tierra más tarde.
Una estupenda
aventura para un geotécnico como yo.
Me encanta mi
trabajo. La auto ironía no es mi fuerte.
Se encienden
los pilotos que me permiten liberarme del arnés de sujeción para el despegue y
mantengo el resto para evitar que la ausencia de gravedad me levante de mi
asiento.
Recibo una
inyección en mi brazo izquierdo y el líquido adormecedor penetra en mi
corriente sanguínea. En unas horas dormiré durante gran parte del viaje.
Reviso las
conexiones del suministro de líquidos. Todo correcto.
Me conecto a
la red, desde mi visor, para visualizar el resumen sobre el que he de trabajar,
“Investigación geotécnica en los proyectos de edificaciones”:
“Red conectada”.
“Archivo. Viaje a Marte, preguntas frecuentes”
Descarto el
archivo cerrando los dos ojos. Lo he leído cinco veces en la sala de espera al
embarque.
Aparece mi escritorio.
Mis ojos se
mueven hasta la carpeta adecuada. La carpeta se abre después de un parpadeo. Fijo
la vista en el archivo que necesito y vuelvo a parpadear.
Se despliega
el menú solicitado.
1. Introducción: Link a información completa
Proyecto Mars
Leisure City. Creación de una ciudad abovedada en la superficie marciana,
solicitada por, ISB corp., Interplanetary Structures and Buildings.
2. Descripción del Proyecto: Link a información completa
Ciudad para el uso vacacional y turístico de lujo.
Tipo de edificación con blindaje anti radiación de
escudo electrostático desplegable.
-
Exterior
de doble capa de grafeno y regolito marciano.
-
Interior
de acero en zonas comunes. Resto, materiales que se adecuen al escenario que se
quiera imitar.
-
La altura
de la edificación según máxima legal. Máxima profundidad técnicamente posible.
La extensión en plantas, la descripción de características arquitectónicas y
estructurales vendrá determinada por el Informe Geotécnico final.
3. Metodología: Link a información completa
Investigación de campo, laboratorio, fuentes de
información, procesamiento de datos y métodos de análisis.
4. Ensayos de Campo: Link a información completa
Procedimientos para realizar la investigación de campo,
equipos utilizados, normativa local, número de sondeos a efectuar, profundidad
de los mismos y cantidad de muestras obtenidas para el cumplimiento de los
objetivos de la investigación geotécnica.
5. Ensayos de Laboratorio: Link a información completa
Las muestras obtenidas serán procesadas en el Laboratorio
Central, con la finalidad de obtener parámetros que serán utilizados por el
ingeniero geotécnico para analizar el comportamiento del terreno y plantear
soluciones al sistema «suelo-fundación».
Voy
directamente al punto tres. Vuelvo a parpadear y el link se abre.
Demasiado
aburrido. Me duermo.
En el visor
aparecen mis constantes, todo correcto salvo el hambre que mi estómago se
encarga de reclamar. ¡Vaya! El visor me informa de que han transcurrido treinta
y ocho días de viaje. Me recomienda que coma y vuelva a inyectarme Dormidina.
Me administro
los complejos alimenticios. Espero que en pocos minutos desaparezca la molestia
estomacal o tendré que inyectarme más porquerías.
Como me
gustaría poder comunicarme con la Tierra y conversar con alguien. Por lo menos,
podrían inventar las cabinas dobles. En realidad, hace tiempo leí que
técnicamente es posible, pero los psicólogos recomiendan cabinas individuales
para evitar discrepancias irresolubles en espacios tan pequeños y viajes tan
largos.
El
entretenimiento en este viaje es prácticamente nulo, la compañía no los
introduce como opción ya que la mayor parte del pasaje va dormida.
Me inyecto la
Dormidina en una cantidad más alta que la anterior para que el resto del viaje
sea en animación suspendida.
Dispongo de
unas horas hasta que me haga efecto.
Desconecto el
visor de la red y rebusco en la mochila. Al hacerlo mi mano tropieza con el
libro, un libro de verdad, Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, rescatado en mi
última visita a mi bisabuelo en la Tierra.
Mi bisabuelo
me había advertido de que la descripción de Marte era extraña e irreal (¡está
publicado en 1950!), que había sido escrita con conocimientos científicos nulos
y que lo interesante era el mensaje que Bradbury transmitía en cada relato.
A pesar del
tratamiento antifungicida y del reforzamiento del papel, el tiempo no perdona y
algunas hojas están como roídas por un animalillo hambriento.
Nunca había
leído un libro de forma directa. Mis ojos se entretienen repasando las líneas
de las letras; rectas, curvas. Algunas palabras han desaparecido ligeramente pasando
de negro a gris muy suave y se han de adivinar. El contacto con las hojas debe
ser aterciopelado, oloroso, un olor que no puedo apreciar por culpa del traje
espacial. Me va a costar adaptarme. Mis dedos vuelven a leer esas palabras,
ellos me ayudan deteniéndose el tiempo preciso, deslizándose entre palabra y
palabra.
“El verano del
cohete”, luego “Ylla”, “Noche de verano” … parte de un precioso poema, que leo
tres veces para memorizarlo. Es precioso
Avanza
envuelta en belleza como la noche
de
regiones sin nubes y cielos estrellados;
y todo
lo mejor de lo oscuro y lo brillante
se une
en su rostro y sus ojos...
Bradbury maneja
el lenguaje de forma magistral estimulando las redes neuronales adecuadas. Los
bisabuelos siempre tienen razón.
Sigo con “Los
hombres de la Tierra” y “La tercera
expedición”
Vuelvo a leer
esta historia, es alarmante e inquietante. Dejo de mirar el libro y repaso la
historia en mi cerebro
“Llega la tercera
expedición de hombres a Marte, comandada por John Black, de ochenta años. Los
marcianos ya están preparados para recibir a los terrestres y los esperan en un
típico pueblo norteamericano habitado por sus seres queridos (padres, abuelos,
hermanos) muertos. Los astronautas aceptan esta maravilla y se separan para
visitar a sus familiares. Sin embargo, el capitán se da cuenta de que los
marcianos han usado sus memorias y deseos para reconstruir su infancia y que en
realidad los que están con ellos no son sus seres amados sino marcianos con su
apariencia. Finalmente, todos los hombres de la expedición son asesinados por
la noche. A la mañana siguiente dieciséis ataúdes son enterrados entre los
llantos de las personas del pueblo”.
Cierro el
libro y reflexiono. ¿Y si la vida es una ilusión?, ¿y si alguien se diera
cuenta?,
En ese momento
desaparece el libro de mis manos, desaparece el asiento, la nave, las
estrellas, el espacio… todo tiende al negro, al vacío, a la caída sin fin, o al
ascenso…
La gravedad me
estira, me comprime, me expande… mi cuerpo desaparece, o desaparecen mis ojos,
mis oídos…
—Iniciando
maniobras de aproximación.
Segunda
parte. Recibimiento
—¿Señor
Pereira?
Una mujer, muy
delgada y alta, se dirige hacia mí con una sonrisa, una ligera inclinación y
con la mano extendida como si fuera a recibir algo en ella.
—Si, soy yo.
Cortésmente
estrecho su mano y respondo a su inclinación y a su sonrisa.
Busco en los
paneles la indicación de la rampa de salida de equipajes. La chica de la sonrisa
sigue muy atenta.
—No se
preocupe por su equipaje, señor Pereira, en estos momentos debe estar saliendo
para su hotel, ¿me permite su mochila?
—No se moleste
señorita…
—¡Oh! Disculpe
por mi desconsideración, me llamo Antía, Antía Gonsalves.
Sigo algo
desorientado.
—Disculpe
Antía, ¿la envían del hotel a recogerme?
—No
exactamente. Camino del hotel se lo explico.
Después de un
breve recorrido por un pasadizo nos introducimos en un ascensor.
—Vamos a
utilizar un servicio privado de suburbano. El ambiente está un poco crispado.
La sonrisa
desaparece de la cara de Antía mientras pulsa una combinación en el panel.
—¿Qué es lo
que ocurre Antía?
Suspira.
—Hace un
tiempo aparecieron algunos corpúsculos independentistas, gente descontenta de
cómo se gobernaba desde la Tierra…
Interrumpo su
explicación.
—Pero esa
gente fue detenida y deportada a la Luna.
—Si José, pero
la semilla quedó y los pequeños corpúsculos se convirtieron en células de
cuatro o cinco personas, interconectadas mediante una red superpuesta a la
nuestra, algo parecido a la red Tor a
principios del siglo XXI en la Tierra.
El ascensor se
detiene y con él la conversación. Antía sale primero del ascensor y mira a
derecha e izquierda. Observo que su mano izquierda está en su cintura
presionando un pequeño bulto.
Me hace una
indicación para que salga del ascensor hacia una especie de bala gigante.
Al
aproximarnos, los laterales de la superbala se desplazan hacia atrás para que
podamos entrar.
Me acomodado y
el asiento se adapta a mi cuerpo envolviéndome y desplegando unos enormes
cinturones, de lado a lado, a la altura de hombros, pecho y cadera. Antía hace
lo propio mientras manipula una pantalla que parece una red de suburbano. El
vehículo se desplaza por un túnel, sin ruido alguno. Es el momento de reanudar
la conversación.
—Antía, ¿quién
es usted?
Me mira y su
sonrisa vuelve a aparecer.
—Soy su
protección mientras dure su estancia en Marte.
Ahora si que
estoy confundido.
—Ya me quedo
más tranquilo.
No puedo
evitarlo, aunque sé que la ironía no es lo mío.
Tercera
parte. Exploración
Antía está en
la recepción del hotel, sentada en el diván más próximo al ascensor, y se
levanta tan pronto me ve.
—Buenos días
José.
—Vaya, no
esperaba volver a verla tan pronto.
—¿Ha
descansado bien?
—Si gracias.
La música ambiente del hotel es muy relajante. Sonidos de lluvia, cantos de
pájaros y el mar son tranquilizadores.
—Perfecto
José. —Mientras habla se dirige a la puerta. —Vamos a inspeccionar uno de sus
destinos.
La sigo un par
de pasos por detrás. Se desplaza rápido. La puerta del hotel se abre ante
nuestra proximidad y, antes de salir, mira a derecha, izquierda, al frente, al
suelo y hacía arriba. Con un gesto de su mano me pide que la siga. Su vehículo
levita a unos centímetros del suelo a pocos metros. Las puertas se abren en
forma de ala y nos metemos en su interior. Las sujeciones actúan al contacto de
nuestros cuerpos con los asientos. Sigo en silencio intentando comprender la
situación.
Antía
despliega un mapa holográfico en el frontal del parabrisas y señala un punto en
él y me mira. Asiento.
El vehículo se
mueve. Antía me mira en silencio.
—Antía, ¿cómo
sabe cuáles son mis destinos?, ¿está contratada por mi empresa?
Sonríe.
—José, además
de ser su protección pertenezco a la policía de Marte.
Vaya, esto no
me lo esperaba.
Me conecto a
la red con mi visor para ver las características geotécnicas del cráter que
vamos a visitar. En realidad, me lo sé de memoria, pero así puedo intentar
asimilar lo que está ocurriendo.
El vehículo
frena su marcha como si hubiera chocado con una pared invisible y la parte trasera
se levanta con violencia en medio de un estallido luminoso y poco sonoro.
Volcamos y volteamos varias veces. Envueltos en polvo nos detenemos contra unas
rocas.
Antía
reacciona.
—José, ¿Estás
bien?
—Aturdido,
pero bien.
Las sujeciones
de seguridad han hecho su trabajo a la perfección.
Las puertas se
abren y manos veloces nos liberan de los asientos y nos sacan del vehículo.
Tres individuos, completamente vestidos de rojo terroso sujetan a Antía y dos
más a mí. Nos inyectan algo en el cuello y nos llevan a una especie de furgón
del que ya no soy capaz ni de ver el color, solo palabras inconexas y lejanas se
oyen en mi cabeza.
Cuarta parte. Secuestro.
Parpadeo.
Parece que estoy borracho. Abro los ojos y sigo inmóvil.
El furgón o lo
que sea está parado. Tengo la boca tapada con una especie de cinta que se ha
adherido a mi boca como una segunda piel. Las muñecas están juntas, una contra
otra, unidas por otra cinta. No hay ruido en el interior del vehículo. Con
mucho esfuerzo logró girar sobre mí y verifico mi soledad. Tenía la esperanza
de que Antía estuviera a mi espalda todavía inconsciente.
Se oye ruido
en el exterior y las puertas del furgón se abren.
—Don José,
bienvenido a nuestra morada —dice una voz.
La ligera luz
exterior me obliga a entrecerrar los ojos e intento hablar.
—¿Có-mo...?
—Disculpe la
brusquedad de nuestra invitación, pero necesitábamos que viniera a nuestra casa
y no podíamos permitirnos retrasos. —Risas retumban en la caja del furgón.
—Sacadlo y dadle de comer y beber, luego llevadlo a mi despacho.
Su voz es
profunda, rotunda, esa voz del que sabe mandar.
—De todo
corazón le pido disculpas por las formas.
Modula la voz.
Sin perder su tono de superioridad, sus palabras suenan bien.
Su despacho es
un revival de un despacho de principios del siglo XX en la Tierra. Mesas y
sillas de madera de nogal, algunas plumas, un abrecartas y varios utensilios de
despacho más. Todo ello rodeado de estanterías repletas de libros.
—Vuelvo a
pedirle disculpas por mi escasa hospitalidad, soy Joao D’Almeida y soy el líder
de la rebelión que, —mira el reloj de su mesa—, se ha producido hace unos
minutos. El gobierno de Marte ha caído y sus integrantes están presos por mis
tropas.
Me sorprendo
con mi reacción.
—¿Dónde está
Antía?
Joao sonríe.
—No se preocupe,
las personas que pertenecen a la seguridad del estado deben tratarse de otra
forma, con más vigilancia y menos libertad de la que tiene usted.
Me paso las
manos por mi cara, me froto los ojos y caigo en que no estoy atado.
—Señor
D’Almeida, ¿y qué pinto yo en todo esto?
Me mira, se
levanta de la silla ayudándose de sus brazos contra la mesa. Es muy mayor,
ahora lo aprecio mejor. Se desplaza hacia a mí con una ligera cojera. Tiene la
piel muy arrugada. Pelo canoso y muy corto; diríase que es militar. Muy delgado,
parece que va a quebrarse como una rama seca. Se detiene muy cerca de mí,
sonríe y habla.
—José, usted
se dirigía a un lugar, donde está ahora, nuestro Cuartel General.
Durante unos
segundos se calla y sus ojos se clavan en los míos como si quisiera penetrar en
mi cabeza a través de ellos. Vuelve a hablar.
—Necesitamos
de sus servicios profesionales, ahora trabajará para mí.
—CONTINUARÁ—
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